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A lo largo de la pandemia hemos comprobado cómo el acceso a la información y la optimización de los recursos disponibles son dos factores claves para poder gestionar con éxito situaciones de crisis como ésta a la que nos enfrentamos.

Y lo hemos vivido en nuestras propias carnes, tras un año de incertidumbres en el que los protocolos preventivos se han ido adaptando a diario en función de las recomendaciones que recibíamos y que, en mayor o menor medida, avalaban o avalan los científicos.

Pasado un año desde la llegada del SARS-CoV-2, el devenir de la pandemia ha permitido a la comunidad científica contrastar evidencias y entender algo mejor a este virus. Y modificar su percepción sobre diferentes aspectos que han pasado de ser fundamentales a simplemente tangenciales.

O al contrario, como por ejemplo ha sucedido con el uso de las mascarillas, que pasaron de ser recomendadas por la OMS solamente para los afectados por el virus o el personal sanitario en abril de 2020, a reconocer, “apenas” 8 meses después, en diciembre, que hay evidencias científicas que avalan que este complemento ayuda a prevenir contagios en zonas con alta transmisión.

Los protocolos preventivos se han ido adaptando a diario en función de las recomendaciones.

La información puede salvar vidas

Resulta sorprendente que en situaciones de urgencia como la actual, la difusión de la información siga, en algunos casos, ralentizándose. Porque la información, que siempre ha sido sinónimo de poder, en este caso lo es también de “vidas”. Y hoy las certezas apuntan a que el contagio a través de superficies u objetos, aunque posible, no constituye un riesgo relevante, en contra de lo que la OMS aseguraba al inicio de la pandemia, allá por el mes de febrero de 2020.

Así, por ejemplo, But Goldman, microbiólogo del Rutgers New Jersey Medical School de Newark, lleva desde julio defendiendo, tras haber publicado un artículo para The Lancet Infectious Diseases, que existe muy poco riesgo de contagio a través de las superficies. Su conclusión la comparte el US Centers for Desease Control and Prevention (CDC), que asegura, a este respecto, que “esta no es la principal ruta de transmisión elegida por el virus”.

Y aunque es cierto que inicialmente hubo un intenso debate que llevó a la realización de diversos estudios que demostraron que el ARN del virus puede permanecer durante días, incluso semanas, en superficies y objetos, no lo es menos, y de esto apenas se habla, que como el propio Goldman mantiene “el RNA viral es el equivalente al cadáver del virus y, por tanto, no es infeccioso”.

Diversos estudios así lo avalan, como el realizado por Tal Brosh-Nissimov, que lidera la unidad de enfermedades infecciosas en el Hospital Universitario Assuta Ashdod de Israel. Junto a sus colegas, analizó objetos personales y superficies del mobiliario de diversas unidades de asilamiento hospitalario y de hoteles para cuarentenas llegando a la misma conclusión: sí que se pudo encontrar presencia del virus, pero solo de su ARN, una materia viral que no es capaz de infectar a las células.

 

Bibliografía

COVID-19 rarely spreads through surfaces. So why are we still cleaning? Dyane Lewis Nature. 29 Enero 2021

Exaggerated risk of transmission of COVID-19 by fomites Emanuel Goldman The Lancet. 3 Julio 2020

Las certezas apuntan a que el contagio a través de superficies u objetos, aunque posible, no constituye un riesgo relevante.

Calidad del aire frente a desinfección de superficies

¿Por qué no acabar, entonces, con un debate tan baldío? Seguramente porque la pandemia está demostrando las carencias que tenemos y son demasiados los frentes abiertos. Y porque pertenece a la condición humana eso de “acomodarse”, algo que, llevado a este campo, se resume en que es mucho más sencillo desinfectar superficies que abordar el principal canal de contagio: el aire. Sirvan, como dato, las ventas globales de desinfectante de superficie en 2020, que han alcanzado los 4.500 millones de dólares, un 30% más que en los años previos… a pesar de que, según los científicos, son los aerosoles el principal foco de preocupación.

Llegados a este punto, y tras un año de un desgaste social relevante, se hace más urgente que nunca, como adelantaba al principio, aprovechar la información para frenar al virus. Y demostrar que esa optimización de recursos que siempre ha caracterizado a las sociedades más avanzadas nos obliga, lo queramos o no, a invertir en la calidad del aire. Porque el lavado de manos es crucial, tanto como ser capaces de mejorar los sistemas de ventilación y de calidad de aire interior en los edificios, que es donde se produce la mayor parte de contagios, muchos de ellos masivos.

Es tiempo de invertir en las certezas y evidencias y de rentabilizar verdaderamente nuestros recursos. De frenar al virus a través de la ciencia y del sentido común. Para eliminar el miedo a ser contagiado por contacto en superficies, basta con lavarnos las manos, una costumbre que funciona tanto en tiempos de pandemia como no.

Y para evitar el mayor de los riesgos, el del contagio por aerosoles, centrémonos en invertir en calidad de aire, en gestionar los espacios interiores por medio de sistemas de tratamiento y monitorización de aire HVAC seguros, con tecnologías como la Fotocatálisis SFEG y la Polarización Activa SIPAP, o con sistemas de ventilación SIHEPA (sistema integrado HEPA de eliminación de partículas), que han acreditado, hasta la fecha, ser la mejor de nuestras opciones para frenar posibles contagios y, además, prevenir de cualquier otro tipo de contagio vía aérea.

Un año después del inicio de la pandemia, tenemos más información, y más evidencias científicas, para frenar al coronavirus. Y también el conocimiento y los recursos necesarios para hacerlo.

 

 

 

Ventas globales de desinfectante en 2020

Es necesario invertir en calidad de aire interior instalando sistemas efectivos para evitar el contagio por aerosoles.

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