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Tras más de 210 millones de personas infectadas y con más de 4,5 millones de muertes a septiembre de 2021, podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que el Covid-19 ha sido una de las peores crisis humanitarias habidas tras la II Guerra Mundial. Si a eso le unimos la disrupción económica global, el 7% sólo en el 2020, a la catástrofe humana se le añade el daño económico. Se está percibiendo, ahora, que los niveles de vacunación a nivel mundial no han sido uniformes, ni hechos con la rapidez necesaria. El resultado es que la eliminación del
virus está siendo más lenta de lo esperado, mutando, además, en diferentes variantes. Los expertos no se ponen de acuerdo con el término “eliminación” y el consenso va
en la línea de que el Covid-19 continuará siendo un reto, junto con otras situaciones
endémicas como la gripe.

A lo largo de estos meses se han hecho muchas reflexiones. Sin embargo, hay una que recurrentemente se obvia: ¿Qué se podía haber hecho para evitar la transmisión? Sin
transmisión no hay pandemia. Los conceptos de transmisión (aérea, fómite, rutas de contacto, etc.) son los mismos prácticamente desde el siglo XVI, a pesar de que la ciencia subyacente ha evolucionado mucho, especialmente desde el principio del siglo XX.

 

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